Tras haber progresado notablemente en la Jackson State University, Audie Norris fue elegido por Portland en la 2ª ronda del draft de 1982 con el número 37. El sueño de Audie James Norris, nacido en Jackson (Mississippi) el 18 de diciembre de 1960, se había cumplido: era un jugador NBA. El número 24 era un distintivo de todo el clan Norris. El hermano mayor, Sylvester, fue el primero en usarlo. Posteriormente Paul, Audie y posteriormente el menor, David, siguieron sus pasos. Fue una época maravillosa, tres años inolvidables en la capital del estado de Oregón, donde coincidió con estrellas como Jerome Kersey o Clyde Drexler.
Otro artista del balón, pero también de los nicknames, Mychal Thompson, fue el que tuvo a bien ponerle a Audie el apodo de 'Atomic dog”. El bahameño se inspiró en la contundencia con la que Norris era capaz de machacar el aro, que provocaba una especie de seísmo, como si hubiera caído una bomba atómica.
La etapa de Norris en el baloncesto profesional americano llegaba a su fin en 1985, con 24 años y un último contrato de 110.000 dólares. Lastrado por los problemas físicos, en una competición tan exigente como la norteamericana y sin tiempo apenas para descansar entre partidos y viajes, Audie se decidió, amparado además en el número decreciente de minutos jugados en la última temporada, a probar fortuna en la vieja Europa. Italia sería su destino.
Hablamos de la temporada 85-86. Audie quería mejorar su técnica individual. Y le gustaba empezar desde abajo. Por eso, de las dos ofertas con que contaba, eligió Treviso en detrimento de Milán. Era una ciudad pequeña, pero de gran tradición, aunque el equipo estaba en la serie A-2.
Entender el baloncesto europeo, más táctico, más técnico y con muchas más horas de entrenamiento, no supuso un gran problema. El ritmo de partidos era mucho menor a lo que estaba acostumbrado y sus rodillas tenían tiempo para recuperar. A la conclusión de la primera temporada, Benetton de Treviso conseguía regresar a la serie A-1 con Riccardo Sales como técnico y con Audie como auténtico baluarte bajo los tableros.
Fue entonces cuando, a finales de la primavera de 1986, una llamada telefónica estuvo a punto de cambiarle la vida. El Real Madrid quería contratarle. Audie era consciente de la importancia de la institución en Europa. Los blancos tenían un sólido historial, un equipo de baloncesto temible y uno de fútbol famoso en el mundo entero. La posibilidad de vivir en una gran ciudad como Madrid era también algo excitante para la familia Norris, que muy pronto iba a respirar la felicidad por los cuatro costados, con la llegada de un nuevo miembro a la familia.
Lolo Sainz, con el apoyo de Raimundo Saporta, llevó el peso de las primeras gestiones, con el beneplácito inicial del presidente Ramón Mendoza. La primera llamada resultó perfecta. Saporta era un consumado maestro, que entendía a la perfección que el trato personal y cercano con los jugadores siempre contribuía a hacer equipo. Norris era receptivo a probar fortuna en uno de los grandes y Lolo Sainz estaba encantado. No era para menos. Un refuerzo de esa categoría daría el equipo un potencial en el juego interior increíble.
Audie llegó a viajar a Madrid junto con su agente, Warren Legarie, con Miguel Ángel Paniagua como cicerone en la capital de España. Las sensaciones seguían siendo inmejorables y Norris se veía vestido de blanco, jugando en la Ciudad Deportiva, al final del Paseo de la Castellana. Llegó la hora de las presentaciones y el pívot americano conoció, no sólo al presidente Ramón Mendoza, sino también a jugadores como Fernando y Antonio Martín, Fernando Romay o José Luis Llorente.
El momento clave había llegado. Había que dar un paso adelante en la negociación y tras diversos tiras y aflojas, Mendoza cogió el mando de las operaciones. El Benetton pretendía renovarle por 175.000 dólares y el equipo blanco quería rebajar esa cantidad a cambio de una serie de primas. Las conversaciones se estancaron y el contrato que debía unir la trayectoria del Real Madrid y de Audie Norris jamás se firmó. ¿Diferencias insalvables? 10.000 dólares tuvieron la culpa. Así como suena. En su lugar llegaron Brad Branson y Larry Spriggs, que no terminaron de cuajar en las filas blancas.
Audie regresó a Italia. Su primer hijo, Sandro, recorrió las calles renacentistas de Treviso en un cochecito mientras su padre seguía creciendo como jugador y como persona. Una época plena de felicidad, donde la familia Norris empezaba a apreciar la calidad de vida europea, la comida mediterránea, el champán francés, el vino italiano, el aceite de oliva…
Audie completó otro gran año, siendo nombrado el mejor extranjero de la Liga transalpina. El equipo se mantuvo sin problemas en la serie A-1 y en ese período, el pívot estadounidense aprendió a apreciar el baloncesto europeo aún más, convirtiéndose en un gran admirador de la Copa de Europa.
A la conclusión de su segunda temporada, Audie Norris se fue de vacaciones sin saber dónde jugaría la siguiente campaña. Finalmente, Warren Legarie, le llamó por teléfono. Su agente manejaba muchas ofertas, dos de ellas especialmente atractivas: Bolonia y Barcelona. En la lucha por hacerse con los servicios del jugador, las dos entidades llegaron a un acuerdo sin precedentes: los dos equipos se “repartirían” a Norris, que jugaría los dos primeros años en el Barcelona y los dos siguientes en Bolonia. Todos contentos.
En la práctica, en ese teórico viaje de ida y vuelta, Audie no iba a necesitar sellar el billete de retorno. Su clase, su fuerza, compromiso y carácter iban a provocar que el Barcelona se rascara el bolsillo y pagara al Bolonia una indemnización para quedarse con las dos piernas del gigante americano.
La sensación de haber fichado a un crack estuvo presente en el conjunto blaugrana desde el primer momento. Además, el Barcelona de mediados de los años ochenta tenía limitaciones presupuestarias y cada vez se hacía más complicado competir con los equipos italianos y griegos, y con el eterno rival: el Real Madrid.
La aclimatación de Norris a la ciudad condal fue increíble. Recuerda Epi con nostalgia uno de los primeros días de Audie en Barcelona. Después de un entrenamiento, decidieron llevar “al novato” a un afamado restaurante de la ciudad. Era una marisquería. La curiosidad por ver cómo se comportaría el jugador era notable, habida cuenta de esa extraña habilidad que tienen muchos jugadores americanos de quejarse porque las gambas se sirven con cabeza, por no hablar de su adicción a la Coca Cola. Ese día, Audie empezó a ganarse el respeto de sus nuevos compañeros al pedir un champán para acompañar al marisco.
Tampoco en la pista era fácil que Norris pasara desapercibido. Cuando en uno de los primeros entrenamientos recibió un pase a la altura del tiro libre, Audie fintó y entró a canasta por el lado derecho, con una velocidad, una elasticidad y una potencia que dejaron boquiabierto al mismísimo Andrés Jiménez. La canasta retumbaba suplicando piedad.
Ya en competición oficial el Barcelona empezaba a dar, en muy poco tiempo, la sensación de equipo redondo. Nacho Solozábal, el capitán, “el mejor base del mundo”, en palabras de Norris, ponía la inteligencia, Epi y Sibilio, mortíferos desde el perímetro, eran desesperantes para cualquier defensa y Jiménez y Norris le daban un equilibrio y una velocidad difíciles de igualar para el resto.
Los frutos no tardaron en llegar. En su primera temporada en el Palau, Audie consigue el doblete. La Liga y la Copa. Especial sabor tuvo el título copero en Valladolid, con un postrero triple de Nacho Solozábal que le daba la victoria al equipo catalán, con José María Aznar en el palco como presidente de Castilla y León. En el Real Madrid, los hermanos Martín habían vuelto a casa después de sus respectivos periplos americanos, con lo que la victoria cobraba aún más importancia. No era más que el comienzo de un idilio constante con la victoria. El Barça conquistó tres Ligas consecutivas. Y en el fragor de la batalla, un duelo de titanes empezaba a asombrar al mundo del baloncesto en España.
Los enfrentamientos entre Audie Norris y Fernando Martín pasaron a la historia de la competición. El 14 del Barça, casi siempre con la camiseta grana debajo, cortado por las mangas y los calentadores bajo el pantalón, frente al 10 del Real Madrid, sin camiseta, sin calentadores, exhibiendo la potencia de un deportista increíble que podía haber sido una estrella en varios deportes.
Eran duelos muy físicos, con constantes empujones, siempre al borde de la falta. Pero los árbitros, en general, les dejaban hacer. ¿También disfrutaban de la función?. Posiblemente. Y posiblemente también les permitían algunas cosas más que al resto porque era una batalla entre dos seres tremendamente nobles. Norris y Fernando se miraban, se retaban a muerte dentro de la cancha. Y unas veces ganaba uno y otras veces el otro. Audie admiraba a Fernando. Y Fernando a Audie. En varias ocasiones llegaron a coincidir después de un partido en un bar, tomando un refresco, todavía magullados por los golpes recibidos, encajados como legionarios de la Roma clásica. De Fernando, Audie destacaba su mentalidad y su fuerza, pero también su técnica individual. Sus semi-ganchos eran muy difíciles de defender para Norris, que sin embargo, hacía sufrir a Martín sacándole de la zona y en sus desplazamientos defensivos laterales.
Cuando Fernando Martín murió en accidente de tráfico en la M-30 madrileña, el día 3 de diciembre de 1989, Audie se disponía a jugar un partido de Liga en el Palau Blau Grana. En el momento en que los auxiliares del equipo le dieron la noticia, rompió a llorar como un niño. La imagen de Audie abrazado a la madre de Fernando, al día siguiente, en su funeral, fue de las que sobrecogen el corazón de cualquiera. La batalla había terminado. Audie sentía un enorme vacío. Desde Texas, donde reside en la actualidad, y no sin cierto aire de nostalgia, corrobora un dato que todos intuíamos: Fernando fue su gran rival, no sólo por su calidad, sino porque también coincidió en la mejor época de Norris como jugador de baloncesto. Fueron meses en los que sus rodillas funcionaban casi a tope, en los que se sentía capaz de todo dentro de la pista. De ahí la grandeza del duelo. Fernando Martín estaba constantemente lastrado por sus eternos problemas de espalda, pero también en esa época pudo jugar a tope.
Dos titanes a pleno rendimiento que provocaban la admiración en las canchas del eterno rival. Esa especie de temor, pero al mismo tiempo veneración que los rivales sentían por ambos, ha sido una de las mejores muestras de deportividad que hayamos visto en el deporte de la canasta. En Madrid se temía a Norris, pero se le admiraba. Cualquier aficionado de la época lo habría fichado. Y lo mismo sucedía en el Palau con Fernando Martín. No hay más que echar mano de la videoteca para comprobar cómo rugían los pabellones cuando los árbitros le pitaban falta personal a cualquiera de los dos. Cualquier síntoma de debilitamiento del jugador más peligroso era lo más parecido a estar un poco más cerca de la victoria.
Los títulos en la era Norris certifican la calidad de un jugador único. Sucede sin embargo, que hay generaciones excepcionales de jugadores que chocan con otras aún más excepcionales. El resultado de esa coincidencia tiene que ver mucho con la frustración.
Munich en 1989, Zaragoza en 1990 y París, en 1991, fueron tiempos muy duros para Audie. Una especie de maldición blaugrana en el trofeo más codiciado, que provocó grandes frustraciones en la plantilla. Por aquél entonces, el hombro y las rodillas mermaban constantemente al gigante norteamericano, que tuvo que ser cortado en varias ocasiones para ser intervenido quirúrgicamente.
Más allá de su calidad como jugador de baloncesto, la impronta que dejó Norris en la ciudad condal certifica su carisma y su profesionalidad. Andrés Jiménez recuerda sus dedos, “como salchichones… tenía un anillo de oro que cuando me lo pasaba y me lo ponía en mi dedo parecía que llevase una rueda de bicicleta”. Aito García Reneses recuerda, siempre esbozando una sonrisa cuando se le pregunta por Audie, que siempre estaba preocupado por asuntos burocráticos y administrativos. Y Epi narra con emoción episodios de Audie Norris en los que dejaba bien claro su comportamiento intachable dentro y fuera de la pista: “Un tipo ejemplar, que era capaz de no recibir un balón en doce ataques y bajar a defender las doce veces sin hacer ni el más mínimo gesto. Algo difícil de encontrar en una gran figura”. De su manera de entender el baloncesto europeo, mucho más de conjunto que el que se practicaba en la NBA, Nacho Solozábal destaca cómo sistemáticamente Audie sacaba la pelota fuera para que Sibilio, Epi o él mismo tiraran desde el perímetro si recibía un dos contra uno.
Una de sus acciones técnicas más recordadas consistía en girar sobre la línea de fondo, siempre cargando con el hombro izquierdo a su defensor para terminar saliendo por su derecha. Además, era letal en los lanzamientos de cuatro o cinco metros, lo que le permitía alternar el tiro con la finta y entrada a canastas, todo ello a una velocidad endiablada.
En todo caso, Audie nunca estaba preocupado por sus estadísticas. De haberlo estado, hubiera podido multiplicar por dos su cifra de poco más de 14 puntos por partido. Sí que lo estaba, sin embargo, por los jóvenes del equipo. Tenía claro que eran el futuro del club y trataba de cuidarles. Norris no duda en reconocer que era una especie de “Big Brother”. Ya retirado, un asunto que le perturbó notablemente fue la entrada en vigor de la Ley Bosman, en el año 1995. Veía claro que los jóvenes eran el futuro del baloncesto español y que la nueva ley podía perjudicarles. Su implicación con el Barcelona en particular y con el baloncesto español en general fue tal que se sentía molesto porque la nueva ley “quitaba el trabajo a los jóvenes españoles”. Esta continúa preocupación por los juniors del equipo le llevó a estar siempre muy pendiente de Roger Esteller, de José Luis Galilea, o de cualquiera de los jóvenes que estuviera en el mismo. Quería saber si necesitaban algo, si habían cobrado o no, o si tenían todo el material necesario.
Esteller nunca olvidará su debut con el primer equipo en pretemporada. Tenía 17 años, como su inseparable “Galis”. Solían ir a correr a la carretera de las aguas o a las pistas universitarias, pero había un problema: no tenían aún edad para sacarse el carnet de conducir y, por lo tanto, no tenían coche. A las puertas del Palau, aguardaban a que algún compañero les acercara. Audie salió conduciendo su flamante Audi 90, bajó la ventanilla y les miró muy serio, como desafiante. Al cabo de unos interminables segundos, sonrió y les invitó a subir.
A partir de ese momento, Roger fue consciente de su fortuna: “hablábamos con los juniors de otros equipos y les hacían cosas terribles. Galis, Lisard y yo tuvimos una gran suerte. En el equipo había gente como Norris, pero también como Epi, Solozábal o Piculín Ortiz, que eran grandes personas. No nos dejaban pagar nada nunca”
Una de las facetas menos conocidas de Audie eran sus manías y supersticiones, muy extendidas en aquella época y que han ido heredando las generaciones posteriores: “Cuando jugaba un buen partido, procuraba repetir todo lo que había hecho esa semana escrupulosamente. Por ejemplo, ponía primero mi pie derecho nada más levantarme de la cama, antes que el izquierdo. También solía comer exactamente lo mismo y en el mismo orden. Por último, en el vestuario era muy importante ponerse primero el calcetín derecho antes que el izquierdo”.
Más racionalidad se desprendía de otra de las costumbres del gigante americano, que siempre jugaba con una camiseta cortada debajo de la oficial del Barça porque no le gustaba sentir la camiseta del equipo pegada al cuerpo por el sudor.
Actualmente, Audie Norris vive en su Jackson natal y es el Entrenador Jefe de la Genesis One Christian School, aunque siempre que puede, vuelve a España, donde nos dejó una gran parte de su inmenso corazón.
Fernando Ruiz Álvarez
@fernan_ruiz
Desde aquí agradecer a Fernando el magnífico regalo con el que ha obsequiado a todos los lectores del Blog, y en general a todos los amantes del baloncesto. Su predisposición para la colaboración fue inmediata, y no puedo tener más que palabras de agradecimiento por haberse prestado a ello... ¡¡¡Muchísimas gracias Fernando!!!
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