En la vida, como en el
deporte, siempre existen personas altruistas que están dispuestas a darlo todo
por los demás sin esperar nada a cambio, una cualidad o personalidad que es una
rara avis en la sociedad de hoy en día, donde el egocentrismo y los intereses
bastardillos son el mal común y los villanos que nos han llevado a vivir en un
mundo que no llego a reconocer y que ha desvirtuado materialmente todo por lo
que nuestros padres y abuelos habían luchado: integridad, moralidad, educación,
valores éticos y muy importante, cuidar, conservar y valorar la amistad como
uno de los bienes más preciados que podemos llegar a tener. Y cuando hablo de
amistad lo hago tirando de su gran definición: “Confianza y afecto desinteresado
entre las personas”.
Pero si la palabra ‘desinteresado’
la obviamos de esa definición, como ocurre habitualmente en nuestro día a día,
el concepto amistad queda vacío de todo sentido y entendimiento porque
desgraciadamente nuestro planeta (sí, habló a nivel mundial) nos ha hecho creer
que lo mejor es ser un interesado y tirar de los verdaderos amigos solo cuando
nos hacen falta, es decir, como los pañuelos de bolsillo, de usar y tirar.
Haciendo un símil con
el deporte que tanto amo, el baloncesto, ese compañero altruista (amigo) es
aquel jugador del equipo que está dispuesto a dejar aparcado su ego por el bien
común de la colectividad. Es un jugador al que pocos llegan a admirar o valorar
en su justa medida porque nunca alzará la voz para reclamar nada, ni saldrá en
las grandes portadas al tender la mano a sus compañeros, pero que sin embargo
siempre estará dispuesto a remangarse por el equipo porque así entiende el baloncesto
(amistad que es el tema que nos atañe). Y sin esa cualidad los demás compañeros
no serían capaces de salir de un atolladero, levantarse en los malos momentos o
apuntarse una gran victoria.
Pero llega un momento
en la vida que ese jugador se harta de ayudar al equipo y piensa: “¿Qué demonios hago? ¿Para qué me preocupo
por mis compañeros si el sentimiento no es reciproco?” Y esos demonios
llegan después de ver que tus propios compañeros te dan la espalda ante tus
propias adversidades, ante la falta de ayuda cuando la necesitas, ante la
demostración que no eres más que una persona a la que acudir cuando se le necesita
y ante la demostración literal de no ser valorado en su justa medida. Y ante esa
tesitura llega un momento en el que el jugador altruista decide arrojar la
toalla y no poner su gran cualidad al servicio del equipo, creyendo el resto de
jugadores (amigos en este caso) que no le es necesaria esa grandísima
aptitud.
Pero amigos míos, a
todos nos llega la hora en la que nos acordamos de Santa Bárbara solo cuando
truena, y en ese momento de la vida nos damos cuenta que ese excepcional compañero
(amigo), al que no hemos mimado o cuidado, nos hace más falta que nunca y ahora
no está por culpa de nuestros propios demonios llamados intereses y egoísmo. Y
solo entonces comprobamos, desgraciadamente tarde, que uno de mayores triunfos o
campeonatos en esta vida se llama AMISTAD, con mayúsculas, y que en los momentos
cruciales o de mayor necesidad los que creíamos amigos no lo son, y los que no
supimos valorar (y que si eran auténticos amigos) ya no están por ser unos egocéntricos,
perdiendo de esa manera uno de los partidos más importantes de nuestra vida, el
apego de ese gran compañero.
P.D.: Artículo dedicado
a un excepcional AMIGO con mayúsculas.
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