Hubo una época dónde
Michael Jordan era un jugador normal y corriente por muy raro que parezca.
Hasta mediados de 1982 simplemente era Mike, un jugador que tenía unas
condiciones atléticas soberanas pero que no ejercía de líder dentro del equipo
de North Carolina, y mucho menos era el anotador compulsivo o jugador que
dominaba ambos lados de la cancha.
Fue a partir de su
famosa y primera canasta ganadora contra
Georgetown cuando Mike pasó a ser Michael Jordan. Fue como si en ese preciso
instante una llama se encendiera dentro él para no apagarse nunca más, e ir
creciendo hasta convertirle en el mejor de todos los tiempos.
Tras aquella mítica
canasta ganadora con North Carolina su padre le dijo: “Mike, ya nada
volverá a ser igual”, y efectivamente papa Jordan acertó. Michael se convirtió
el curso siguiente en el mejor jugador universitario del país, y su crecimiento
como jugador no conocía límites bajo la tutela del Dean Smith, su segundo
padre.
Fue tal su progresión,
que empezó a asombrar con cada actuación llegando a su cenit anotador con la
camiseta de North Carolina el 29 de enero de 1983 en la victoria sobre Georgia
Tech (72-65). Jordan encestó 6/7 en triples, 5/9 en tiros de dos y 11/13 desde
la línea de personal para 39 puntos, capturando 7 rebotes y repartiendo 3 asistencias.
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