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Si Pau Gasol no hubiese jugado al baloncesto, Juan Carlos Navarro sería el mejor jugador español de todos los tiempos sin discusión alguna. Su legado es amplio y habla por sí solo. ‘Juanki’ nos ha regalado grandísimas tardes de baloncesto, en su club y en la selección, pero lo cortés no quita lo valiente, el tiempo no entiende de talento, no entiende de magia, no entiende de longevidad… En definitiva, no perdona a nadie se llame como se llame y castiga de manera severa las piernas y el físico.

“Lo sufrimos durante la temporada y lo disfrutamos en verano”, una frase mil veces repetida por los seguidores del Real Madrid durante tantísimos años pero que a día de hoy se apaga con más rapidez de la esperada para desgracia del baloncesto. Y es que el tiempo es el peor de los enemigos para los deportistas y más aún para aquellos que nunca fueron un portento físico como es el caso de Navarro.

Hace tiempo, para desdicha de todos nosotros, que el capitán del Barça no es determinante, no es el de antaño, aquel killer que siempre aparecía en las grandes citas, aquel jugador que aparecía en escena en el momento preciso para sacarse de su chistera sus bombas y triples que desquiciaban al rival y aupaba a su equipo a los altares.

Navarro no es Navarro por culpa de los kilómetros que lleva acumulados en sus piernas tras 600 partidos en ACB, una temporada de 82 partidos con Memphis en su aventura NBA e infinidad con la selección española tras estar con España todos los veranos desde que era un chavalín, y eso a la  larga le ha pasado factura dejándonos un espectro sobre parquet durante las dos últimas temporadas.

Eso lo comprendemos todos, que el tiempo no regala nada a nadie rozando los 35 años de edad, por eso Navarro (al que siempre he tenido por una persona muy inteligente) debería plantearse esa variante y algunas más antes de echar balones fuera: “El criterio arbitral no ha sido el mismo. No he recibido ninguna falta”. Y es que a lo bueno siempre se acostumbra rápido la gente.


No creo que este diciendo una herejía al afirmar que Navarro fue el ojito derecho de los árbitros durante toda su carrera, sacando faltas de donde nos las había. Al mínimo contacto él se las ingeniaba para teatralizar un poco más la acción y ‘engañar’ a los árbitros, digamos que Juan Carlos era intocable. Pero lo que no es justo ni de recibo es que solicite el trato de favor en la actualidad con el juego que practica sobre el parquet al más puro estilo CID Campeador, restando más que sumando para su equipo.

Más allá de sus números en el clásico (5 puntos con 1/3 T2 y 1/3 T3, 3 rebotes y 2 asistencias para 3 de valoración en 23 minutos de juego), su actitud sobre la pista denota falta de confianza y agresividad, cuestiones a priori muy influyentes a la hora de sacar faltas personales. Sin agresividad ofensiva (porque el físico ya no es el que era) es imposible ir la línea a la personal, y ayer Navarro no encaro, ni busco como en él era habitual la canasta una y otra vez siendo un martillo pilón. Más bien se limitaba a mirar el juego desde la línea de tres puntos y esperar que le cayera algún balón en posición optima para lanzar. A lo más que llegó con el balón entre sus manos fue a botarlo desde siete metros sin buscar para nada el aro rival.

Por eso no entendí que su autocrítica fuera cero (el ejemplo que le dio Hezonja fue soberano en ese sentido), por eso no entiendo porque el deportista profesional no se marcha antes de que el ocaso empiece a llamar a su puerta, porque el tiempo no tiene piedad con el talento ni la magia.

Ojala Navarro resurja de sus cenizas como el Ave Fénix y nos siga dando lecciones de basket y tapando bocas, como la mía, nada me reconfortaría más porque sería una señal inequívoca de que los genios resisten la batalla del tiempo y son inmortales. 

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