A nadie se le escapa que el Madison Square Garden era uno de los escenarios preferidos de Michael Jordan. En ese templo del baloncesto ‘Air’ dejó algunas de sus actuaciones más esplendorosas para deleite y a la vez martirio de los fans de los Knicks, que como grandes amantes del este deporte no tenían ningún reparo en elogiar e incluso aplaudir a uno de sus enemigos más acérrimos.
Chicago fue un auténtico
suplicio para New York mientras Jordan estuvo jugando en la franquicia del
viento a excepción de los playoffs de 1993, o eso creyeron Pat Riley y compañía
cuando se situaron con un ventajoso 2-0 en las Finales de la Conferencia Este
(90-98 y 91-96). Más que ninguna otra temporada ese curso los Knicks parecían
destinados a destronar a los Bulls (57 victorias y 25 derrotas) tras alcanzar el segundo mejor balance de
victorias/derrotas de la liga con 60-22 únicamente por detrás de los Suns
(62-20), y máxime cuando alcanzaron esa jugosa ventaja.
Pero a partir de ahí
las tornas empezaron a cambiar, y Chicago de la mano de un Michael Jordan hasta
entonces un tanto errático en el tiro ante la gran defensa de Starks, resurgió
de sus cenizas recordando que el corazón de un campeón nunca debe darse por
muerto.
Chicago ganó el tercer
(83-103) y cuarto partido (95-105, con 54 puntos de Jordan) de la serie en el
viejo Chicago Stadium y empató a dos a eliminatoria viajando de nuevo al
Madison para jugar un quinto partido más que decisivo. Los Knicks se confiaron
en exceso pensando que la magia del Madison sería más que suficiente para
llevarse no solo ese partido sino la Final, pero nada más lejos de la realidad,
porque ahí es donde Jordan y compañía encontraron la debilidad de su rival para
hincarle el diente.
El partido, disputado
el dos de junio, se jugó a cara de perro en el que cada uno intentó imponer su
estilo de juego. New York lo planteó desde la defensa y la dureza que le
caracterizaba, y Chicago desde su famoso triangulo ofensivo y como no, entorno
a su '23'.
Gracias a un Michael
Jordan sublime, que anotó 17 de sus 29 puntos en los últimos catorce minutos
del partido (14 de manera consecutiva), los Bulls no le perdieron la estela a
los Knicks y el encuentro se mantuvo igualadísimo. Aunque ‘Air’ dejó para el
final lo mejor de su cosecha y no fue precisamente una canasta espectacular,
sino todo lo contrario. Michael atrajo a la defensa de los Knicks en un intento
de penetración para luego terminar asistiendo a B. J. Armstrong solo en la
esquina para que anotase el triple que ponía la primera puntilla en el ataúd de
New York (84-85). Restaban 1:27 para el final, pero el marcador no se movería
más hasta instantes antes de la conclusión.
En una jugada que será
recordada para siempre y que dio buena prueba de la extraordinaria defensa de
los Bulls, Charles Smith no fue capaz de anotar debajo del aro hasta en cuatro
ocasiones porque Horace Grant, Michael Jordan y Scottie Pippen por dos veces se
lo impidieron, dando pie a un contraataque posterior que finalizó con otra
canasta de B.J. Armstrong para poner el definitivo 84-87, y culminar la
remontada de Chicago en la eliminatoria (2-3) lo que suponía la segunda puntilla
y casi definitiva al féretro de los Knicks.
Tras ese grandísimo varapalo
New York ya no dio más de sí y entregó la cuchara en el sexto partido por 88-96,
en una demostración más de su impotencia ante los Bulls que les apeaban de otra
final soñada en la que los Suns de Barkley también acabarían mordiendo el polvo
ante Chicago por 4-2.
Michael Jordan lo bordó
(¡qué raro!) aquel día con un triple-doble (29 puntos, 10 rebotes y 14
asistencias) y estuvo fantásticamente secundado por el resto del quinteto de
Chicago que superaron los dobles dígitos en anotación: Pippen (28 puntos, 11
rebotes, Horace Grant (11 puntos, 10 rebotes), B.J. Armstrong (11 puntos) y
Cartwright (13 puntos). En New York solo Ewing (33 puntos) estuvo a la altura
de las circunstancias.
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