La historia que va a
ser relatada a continuación es tan increíble, fantástica y monstruosa que
parece sacada de una película de ciencia-ficción, pero por desgracia es tan
real como la vida misma. El 9 y 10 de abril de 1983 Sibenka fue el campeón del
reinado más corto de la historia del baloncesto mundial.
Se celebraba el
dramático último partido de los playoffs de la final de la liga yugoslava,
delante de miles telespectadores, de aficionados asistentes al pabellón y de
los máximos dirigentes de las distintas organizaciones deportivas, y el final
no pudo ser más bochornoso y vergonzante. Un equipo modesto, Sibenka, gana por
primera vez en su historia el título de campeón de liga y como es de esperar el
júbilo y algarabía no se hacen esperar en la pequeña localidad de Sibenik.
Euforia colectiva, emoción indescriptible en las calles… mientras el máximo
mandatario de la organización yugoslava de baloncesto reparte las medallas a
cada uno de los componentes de la plantilla de Sibenka entre risas,
felicitaciones y abrazos.
La ciudad lo celebra
como algo muy suyo, como si de una fiesta nacional se tratase, y el vino,
bueyes asados, música y banderas desplegadas recorren cada uno de los rincones
de la modesta localidad donde ya no hay discusión alguna, Drazen Petrovic es
Dios, un ídolo de masas, hijo adoptivo y genio de Sibenik. Pero el entusiasmo
solo dura horas y sin tiempo para quitarse de encima la resaca estalla la bomba
atómica.
Al día siguiente, o más
bien, horas después de la consecución del título liguero de Petrovic y
compañía, la Federación Yugoslava estiman que el árbitro del encuentro se
equivocó al señalar falta después de la cual se lanzaron dos tiros libres que
decidieron al vencedor, y por tanto al campeón, y deciden imponer una seria de
sanciones sin precedentes: anular el resultado, suspender la cancha,
descalificar al árbitro (Ilija Matijevic, por aquel entonces reconocido como el
mejor árbitro de Yugoslavia) y ordenar la repetición del partido en cancha
neutral ¡Ver para creer! De un plumazo no habían dejado títere con cabeza.
Una vez conocida la
trama de esta macabra historia comencemos por el principio. Sibenka había
dominado la fase regular de la competición domestica con 16 victorias y solo 6
derrotas. Atrás dejaron equipos de la talla de Bosna, Cibona, Partizan y
Estrella Roja, y solo era el principio. En las eliminatorias por el título,
Drazen y sus compañeros fueron deshaciéndose de todos y cada uno de sus
oponentes hasta llegar a la final, para éxtasis general de toda la ciudad de
Sibenka. Los 60.000 habitantes de la pequeña ciudad dálmata no hacían nada más
que hablar de la final, pensar en ella, soñar con el título que les convertiría
en el epicentro de la Yugoslavia baloncestística.
Toda la ciudad estaba
engalanada con banderas, bufandas, fotografías, posters y cualquier otro
material que tuviera que ver con el equipo, lo que hacía que la ciudad rebosara
un aspecto maravilloso, un aspecto que denotaba baloncesto por los cuatro
costados. Podía respirarse basket a lo largo y ancho de la localidad.
El rival de aquella
final fue el Bosna de Sarajevo de Radovanovic, Benacek, Varajic y Vucecic, un
equipo curtido en mil batallas y acostumbrado por tanto a lidiar con la
presión, todo lo contrario que Sibenka. Además, Bosna presumía de tener en sus
vitrinas la única Copa de Europa ganada por un equipo yugoslavo hasta ese
momento. Con lo cual el rival era de categoría y no iba a poner las cosas
fáciles al equipo revelación.
El primer partido lo
ganó Sibenka, el segundo Bosna, y el tercero y decisivo (por aquel entonces el
título se decía al mejor de tres partidos) estuvo envuelto en una maraña de
polémica y suspicacia generada por el propio Bosna (experto en mil batallas de
esa índole) con el propósito de desestabilizar no solo a Sibenka, sino a su
máxima estrella, Petrovic. A falta de cinco horas para el comenzar aquel tercer
partido, el vicepresidente el club, Covic, llegó corriendo hasta el entrenador,
Djurovic, y el secretario, Supa, y casi sin aliento dijo: “¿Habéis oído? ¡Bosna ha sobornado a Drazen! Todo el mundo habla de
ello ¿Qué hacemos? ¿Cómo comprobamos la veracidad de tales acusaciones?”. A
priori, el misil lanzado a la línea de flotación de Sibenka les había dado la
victoria psicológica.
Por la ciudad se
extendió el rumor de que un taxista de Sarajevo había traído 20.000 marcos
alemanes a Sibenik y que los había entregado a Drazen en un lugar escondido. El
bulo llegó a tal punto, que la gente afirmaba que el mismo taxista también
intentó sobornar a otros jugadores claves del equipo: Saric, Jaric y Macura. El
pánico no se hizo de esperar en la familia Petrovic cuando el rumor llegó a sus
oídos. Los padres de Drazen intentaban por todos los medios guardar la
compostura para que su hijo no se enterase que se encontraba en su cuarto
concentrándose para el gran partido. Su hermano Alexandar, que se encontraba en
casa porque Cibona había sido eliminado en cuartos, no daba crédito a toda esa
rumorología e irrumpió en la habitación de Drazen rompiendo el vidrio de la
puerta: “¡Hoy debes jugar el mejor
partido de tu vida! ¿Entiendes? –zarandeándole- ¡El mejor partido de tu vida!”.
Pero nada podía
desconcertar a Drazen, estaba preparado y sabía lo que tenía que hacer para
llevar a su equipo hasta el campeonato. Así que con su calma habitual y
absoluta partió hacia la cancha, sin el más conocimiento de causa de todas las
habladurías en torno a su figura.
“Quizás
sea mejor que no juegue, nunca se sabe…” advertía parte de la
directiva al entrenador Djurovic. “Yo no
me lo creo en absoluto. Drazen nos ha traído hasta aquí, sin él no estaríamos a
un paso del campeonato. Le daré el balón y que juegue. Si quiere que
desperdicie todo lo que ha hecho hasta ahora. Pero les digo una cosa, si
ganamos, será gracias a él”, contestaba rotundamente el propio Djurovic.
Había otra persona más
que creía en la inocencia de Drazen, en su deportividad, en su honor. El
periodista local Ivo Mikulicin gritaba enfadado: “¿Amañar Drazen? Ni hablar, no le conocéis en absoluto. Es un
deportista de los pies a la cabeza y nunca se dejaría ganar, ni aunque le
ofreciesen un millón de dólares. Antes de suicidaría”.
Aquello podría haberle explotado en la cara a
Drazen, ¿y si Sibenka hubiese perdido? ¿Y si por casualidades del destino
hubiese tenido en la mala noche? El escandalo habría sido mayúsculo, uno de los
más graves de la historia del deporte. Sin embargo, ignorante a las malas
lenguas, Petrovic firmó un partido soberbio con 38 puntos (14 puntos en la
primera parte y 24 en la segunda).
Llegados al último
minuto del partido Sibenka ganaba por 81-78, pero el alero bosniaco Benacek
redujo las distancias, dejando el marcador en un apretadísimo 81-80. Veinticuatro
segundos después Drazen forzó un tiro en una posición difícil y falló. En el
contraataque, Bosna marcó por mediación de Vucevic y puso el 81-82. Los nervios
y la tensión entre los aficionados del Sibenka eran más que evidentes, pero
Drazen estaba al mando de las operaciones y no iba a dejar que el título se
escapara.
Sibenka tuvo el último
ataque, era el balón de la gloria o de los infiernos más monstruosos, y la
responsabilidad recayó sobre los hombres de Petrovic, que era quien tenía la
obligación de resolver por ser la estrella del equipo. Así que faltando cinco
segundos Drazen lanzó y el balón fue barrido y lanzado fuera de la pista por el
pívot del Bosna Radovanovic tras dar en el aro. Quedaban solo dos segundos, dos
segundos para la historia, para vivir o morir.
“¡No
toquéis a Petrovic, por Dios! ¡Sólo no toquéis a Petrovic!”
Gritaba desesperado el entrenador visitante Pesic, que había solicitado tiempo
muerto. Pero el base Hadzic, aquel día el máximo anotador del Bosna, no le
obedeció… Ljubojevic sacó de banda y Drazen recibió el balón que lo botó dos
veces, amagó, se giró y tiró… y falló para desconsuelo de su afición y sus
propios compañeros. Los jugadores del Bosna eufóricos se lanzaron a la pista a
celebrar la victoria, pero el árbitro Matijevic corrió hacia la mesa oficial
agitando los brazos: “Número 14, falta
personal. Dos tiros libres para Petrovic”, exclamó.
La expedición del Bosna
no podía dar crédito a lo sucedido, así que los malos modos, la ira, los
reproches y las reclamaciones subidas de tono no se hicieron esperar. El
incidente estaba servido y el entrenador de Sibenka le tocaba poner un poco de
cordura y sosiego a los suyos en aquellos momentos de máxima tensión y
nerviosismo. Así que intentó calmar a su máxima estrella: “Tranquilo hijo. Tienes dos tiros libres y necesitamos solo uno para
empatar. Anota uno y les apabullamos en la prórroga…”.
“No
te preocupes, Djuro, anotaré los dos” contestó Drazen con
mirada y voz fría como hielo. Su competitividad no le permitía en absoluto
fallar en un momento tan crucial, en un momento que podía marcar un antes y un
después en el devenir de su ciudad y su equipo. Así que cinco minutos después,
cuando los nervios se calmaron y el orden fue reestablecido, Drazen se dirigió
hacia la solitaria línea de personal. Parecía muy tranquilo, muy concentrado.
En las gradas muchos aficionados no podían mirar por miedo al posible fallo.
Como era de esperar el primer lanzamiento besó la red y el júbilo en el
pabellón estalló. Para el segundo lanzamiento los aficionados ya si miraban…
¡Canasta! ¡La cancha se vino abajo!
Sibenka 83 – Bosna 82.
Nueve años y medio después de su fundación, tres años y catorce días después
del ascenso a la División de Honor, Sibenka se alzó con el título de Liga… Eso
al menos publicaba los escasos periódicos que salían por aquel entonces los
domingos, destacando por supuesto la angelical actuación de Petrovic.
Bosna interpuso un
recurso, alegando que el tiempo había transcurrido antes de producirse el
contacto entre Hadzic y Drazen, y en base a eso se preparaba el “golpe de
estado” contra Sibenka. En el avión de regreso a Belgrado la directiva del
Bosna conspiraba y escribían el guion de la farsa que fue presentado a las diez
de la mañana del día siguiente, cuando los ciudadanos de Sibenik apenas se
habían acostado tras la noche más loca de la historia de la ciudad.
El recurso prosperó, en
una reunión que no duró más de una hora, y los dirigentes de la Federación
destronaron al campeón y sirvieron en bandeja una nueva oportunidad para el
Bosna, el equipo en cuya ciudad se celebrarían los Juegos Olímpicos de Invierno
de 1984. Para más inri, el presidente de la Federación soltó una serie de
patrañas que nadie, por supuesto, se creyó: “El
partido debía ser una fiesta del baloncesto, pero no lo fue. Fue una auténtica
guerra, que fue decidida por un hombre que, con un vergonzoso arbitraje, quiso
atraer la atención del público. Propongo que el partido se repita en terreno
neutral, que la cancha de Sibenka se cierre y que al árbitro Matijevic se le
excluya permanentemente de la organización arbitral”.
Lo más sorprendente del
todo es que Bosna presentó un recurso alegando que la falta fue fuera de tiempo
y la Federación se desmarcó escudándose en otro motivo para despojar a Sibenka
del título. En el comunicado oficial de la Federación, publicado en todos los
medios de comunicación, constaba que el partido fue anulado, no porque la falta
se produjese fuera de tiempo, sino porque se estimó que “sobre el jugador
Petrovic no se produjo falta ni en el momento de recibir el balón, ni en el
momento del dribling, ni en el tiro”. Bosna dice: “Anulen el partido, que hubo falta fuera de tiempo”, y la
Federación le contesta: “Está bien,
anulamos el partido, pero digamos mejor que no hubo falta en absoluto y somos
más políticamente correctos con ese argumento”.
Además se ordenó el
cierre de la cancha de Sibenka “por
condiciones antirreglamentarias, dado que el público y la charanga no estaban
situados a la distancia prescrita de la pista de juego y porque desde las
tribunas se oían continuamente pitos que impedían la comunicación sonora entre
los árbitros y la mesa oficial”.
“Hubo
motivos suficientes para registrar el partido con el resultado de Sibenka 81 –
Bosna 82, declaró el presidente de la Comisión de Competición, pero consideramos que hay que proclamar al campeón sobre la pista. Por
eso vamos a dar al Sibenka una nueva oportunidad”.
La noticia corrió como
la pólvora en la ciudad de Sibenka y los aficionados, incrédulos, se dieron
cita en la plaza del ‘Mariscal Tito’ esperando el comunicado del consejo
ejecutivo del club. A las seis y media, el secretario del Sibenka leyó a los
miles de aficionados allí reunidos el comunicado del club: “Estamos indignados y asombrados. Esta decisión no tiene precedentes en
el deporte yugoslavo. Vamos a recurrir porque la decisión es insostenible.
Sibenka no jugará el cuarto partido, ya que ganamos el título sobre la pista
con toda justicia”.
En la antigua Yugoslavia
nadie quedó indiferente ante el “caso Sibenik”. La televisión hizo un análisis
minucioso de lo que había sucedido, comprobando con claridad que hubo falta
sobre Petrovic y que la jugada se produjo dentro del tiempo reglamentario. Se
pusieron de manifiesto las declaraciones hechas por los jugadores del Bosna
justo después del partido: “La cuestión
no es si hubo falta, sino cuando se produjo. Está claro que Hadzic cometió
falta solo cuando el tiempo había pasado”, relató Varajic.
De forma parecida se
expresaba el implicado Hadzic: “Había
transcurrido el tiempo. Cuando Petrovic recibió el balón yo estaba a medio
metro, y entonces él botó el balón un par de veces y se dispuso a lanzar, en
aquel momento yo sabía que el tiempo había finalizado. La sirena no sonó, ya
que los de Sibenik siempre atrasan los últimos segundos… Así que cuando Drazen
lanzó le pegué en la mano instintivamente, pero eso no influyó puesto que el
contacto se produjo fuera de tiempo”.
Dado que los jugadores
del Bosna admitieron que hubo contacto, el recurso se basó en que se produjo
fuera de tiempo. La televisión, sin embargo, demostró lo contrario, repitiendo
la jugada a cámara lenta con la ayuda de un cronometro computarizado. Cuando
habían transcurrido un segundo y cincuenta y seis centésimas, Hadzic cometió
falta sobre el brazo izquierdo de Drazen.
Tanto la Federación
como el propio Bosna quedaron retratados, pero no importaba, se trataba de
arrebatar a toda costa el título a Sibenka sin fundamento alguno. A pesar de la
ausencia de un reglamento que sancionara la anulación del partido por la
equivocación en la señalización de una falta y, además, dentro del tiempo
reglamentario, la Federación siguió en sus trece: el partido debía repetirse.
Sibenka se negaba a
jugar ese cuarto partido y su recurso era prácticamente calcado al que había
visto toda Yugoslavia por televisión, no había más cera que la que ardía y la verdad
estaba con ellos, pero había pocas esperanzas de que el recurso fructificase.
Así que con la negativa de jugar otro partido, los jugadores del Sibenka se
dispersaron: dos se fueron al ejército, otro se retiró del baloncesto… y Drazen
se desplazó a Kranjska Gora, donde se iba a concentrar la selección yugoslava.
El Comité de Apelación
rechazó el recurso del Sibenka y ya no había forma de alterar las cosas. Este
hecho conllevaba que Drazen y sus compañeros tenían que devolver las medallas
de campeón, pero rechazaron hacerlo. El Secretario General de la Federación declaró
que si Sibenka no comparecía en Novi Sad (donde se disputaría el cuarto
partido), perdería por 0-20, le sería sustraído un punto valedero para la
próxima temporada y, posiblemente, sería excluido de la Primera División.
Estaba claro que Bosna
ganaría el título sin jugar, como así fue. Alrededor de tres mil personas presenciaron
cómo después de quince minutos de espera, para cumplir con la reglamento de la
competición, cinco jugadores del Bosna saltaron a la pista para presenciar el
lanzamiento del balón al aire por parte del colegiado Belegu, y ahí finalizado
el partido y el campeonato. Lo que vino después fue la entrega de medallas más
desoladora y vergonzante de la historia del baloncesto.
De toda aquella
historia salió un vencedor, que no fue ni Bosna ni Sibenka. Cibona aprovechó la
coyuntura para fichar a Drazen, ya que al Genio de Sibenik no le atraía la idea
de no jugar la Copa de Europa: “Una cosa
es cierta, el secuestro del título del Sibenka creó las condiciones idóneas para
el triunfo de la Cibona. Mi hermano Alexandar planeaba volver a Sibenik para jugásemos
la Copa de Europa, pero después de lo del Bosna decidió quedarse en Zagreb”.
Mientras Drazen estaba
en la “mili”, temporada 1983-84, Cibona se proclamó campeón eliminando al Bosna
en semifinales y, en vísperas de los Juegos Olímpicos de 1984 fichó a Drazen…
Ese fue el principio del fin de esta trágica y triste historia en el que todos
y cada uno de los pleitos iniciados por Sibenik y el árbitro Matijevic no
dieron los frutos deseados.
Fuentes: “Drazen
Petrovic, Mi Vida” y “Drazen Petrovic, la Leyenda del Indomable”.
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